Las cualidades personales más importantes que facilitan la
resiliencia han sido descritas como:
a) autoestima consistente.
b) convivencia
positiva, asertividad, altruismo.
c) flexibilidad del
pensamiento, creatividad.
d) autocontrol emocional, independencia.
e) confianza en sí
mismo, sentimiento de autoeficacia y autovalía, optimismo.
f) locus de control
interno, iniciativa.
g) sentido del humor.
h) moralidad.
Estas y otras
características individuales asociadas a la resiliencia no son innatas sino que
proceden de la educación y, por lo tanto, pueden aprenderse (Higgins, 1994).
Las cualidades que llevan a la resiliencia se construyen en
la relación con el otro, del mismo modo que el desarrollo normal o los
trastornos psicológicos. Para bien o para mal estamos modelados por el trato y
las miradas de los demás (Cyrulnick, 2004). Los adultos que se ocupan del niño,
los que le procuran atenciones, los que le quieren y valoran pueden promover la
resiliencia. En la infancia y adolescencia, la figura del profesor y, en
general, las experiencias escolares se convierten en constructores especiales
de resiliencia. En los primeros años de la escolaridad el profesor puede ser
enormemente admirado y actos que para otros son intrascendentes pueden tener
especial significación para niños procedentes de hogares conflictivos. Cuando
los padres no han creado un vínculo afectivo protector y estable, el profesor
puede resultar una figura sustitutoria y la experiencia escolar en su conjunto
una oportunidad para la “restitución” o “compensación” de un niño que sin éxito
escolar habría derivado hacia la inadaptación (Cyrulnick, 2002).
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